El vuelo de las cigüeñas by Jean-Christophe Grange

El vuelo de las cigüeñas by Jean-Christophe Grange

autor:Jean-Christophe Grange
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policiaca, Thriller
publicado: 2002-01-01T00:00:00+00:00


CUARTA PARTE

EN EL CORAZÓN DE LA SELVA

29

El 13 de septiembre por la tarde, cuando las puertas acristaladas de Roissy-Charles de Gaulle se abrieron, bajo el panel de Air Afrique, comprendí que ya había entrado en el continente negro. Altas mujeres lucían sus vestidos largos de colores abigarrados; negros muy serios, embutidos en sus trajes de diplomático, vigilaban sus maletas de cartón; gigantes con turbante, chilaba clara y bastón de madera, esperaban pacientemente bajo la pantalla de salidas. Numerosos vuelos para África parten de noche, y allí había una verdadera multitud a lo largo de los mostradores.

Facturé mis maletas y luego subí por una escalera automática hasta la sala de embarque. Durante el día había completado mi equipo. Había comprado una mochila impermeable, un poncho de tela de gabardina —la estación de las lluvias estaba en su apogeo en la RCA—, un saco de dormir de algodón fino, calzado para caminar, hecho de un material sintético que se secaba rápidamente, y un cuchillo imponente, con el filo dentado. También me había procurado una tienda ligera, para una o dos personas, por si había que acampar de forma improvisada. A mi botiquín le había añadido medicinas contra el paludismo, pastillas para los cólicos, repelentes de mosquitos… También me había provisto de alimentos de supervivencia —barras de cereales, platos precocinados…— que me permitirían evitar tener que comer monos a la parrilla o antílopes asados. Finalmente, había cogido un magnetofón y cintas de ciento veinte minutos para poder grabar eventuales conversaciones.

Embarcamos alrededor de las once. El avión iba medio vacío, y todos los pasajeros eran hombres. Me di cuenta de que era el único blanco. La República Centroafricana no parecía ser un destino turístico. Los negros se instalaron y se pusieron a discutir en una lengua desconocida, llena de sílabas toscas y entonaciones agudas. Me figuré que hablaban en sango, la lengua nacional de la República Centroafricana. Algunas veces hablaban en francés, un francés lleno de subidas y bajadas, de frases sentenciosas y erres cascabeleras. En seguida me fascinó esa lengua inesperada. Era la primera vez que una lengua «hablaba» tanto por su sonoridad como por las palabras pronunciadas. El DC-10 despegó a medianoche. Mis vecinos abrieron sus maletines y sacaron de ellos botellas de ginebra y güisqui. Me ofrecieron una copa, que yo rechacé. Fuera, la noche se cerraba y parecía que nos envolvía un halo extraño. Las conversaciones de mis vecinos me acunaban dulcemente. No tardé en dormirme.

A las dos de la mañana hicimos escala en N'Djamena, en Chad. Por la ventanilla no vi más que un vago edificio mal iluminado al final de la pista. Por la puerta abierta entraba un calor pegajoso y como sediento. Fuera, siluetas blanquecinas flotaban en la oscuridad. De repente, todo desapareció. Despegamos de nuevo. N'Djamena se me había presentado tan fugaz como un sueño.

A las cinco de la mañana me desperté bruscamente. La luz del día brillaba por encima de las nubes. Era una luz gris y vibrante, una transparencia de acero, cuyos reflejos titilaban como si fuesen de mercurio.



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